viernes, 12 de febrero de 2010

La Verdadera Felicidad - Séneca (Ensayo)

Lucio Anneo Séneca fue un filósofo, escritor y hombre de estado romano que intenta conciliar diferentes formas de pensamiento con la intención de lograr un mundo más armonioso y pacífico.

Nacido en una provincia del imperio romano en el año 3 a. de C., vivió en la época conflictiva de Calígula, Claudio y Nerón fiel a su postura estoica, consistente en aprender a enfrentar la adversidad sin flaquear y aceptando la realidad, ya que, para él, ésta trasciende la voluntad humana.

El pensamiento de Séneca se nutre de ideas estoicas y epicúreas que junto con su aporte original a la filosofía, como instrumento práctico, constituye una contribución siempre vigente y útil para las generaciones modernas, obligadas a vivir una realidad alienante.

Séneca tenía la particularidad de ser un verdadero mediador entre la vida y el pensamiento.

Decía que nada malo puede sucederle al hombre bueno, porque los elementos contrarios no se mezclan; y las desgracias no cambian su espíritu, porque se adapta a todo lo que pasa.

En ningún estoico como en Séneca aparece más fielmente reflejada la principal característica del estoicismo, la resignación.

La resignación en la vida permite la llegada de la razón, porque sin resignación sobrevendría la desesperación.

Para Séneca un hombre feliz es el que está de acuerdo con la naturaleza, el que se adapta a las circunstancias, que no se angustia por el cuerpo, que está pendiente de otras cosas sin obsesionarse por ninguna y que está dispuesto a utilizar los bienes y no a esclavizarse por ellos.

En cuanto al dolor por las desgracias, pensaba que de nada sirve que sea largo porque es inútil, argumentaba que si la tristeza sirviera para algo él no dudaría en estar siempre llorando.

Aquí les dejo uno de sus tantos ensayos sobre lo que consideraba la verdadera felicidad. Definitivamente una máxima de vida aun vigente … espero le consigan su sentido.


La verdadera felicidad consiste en estar libre de perturbaciones, comprender nuestras obligaciones hacia Dios y el hombre, a disfrutar del presente, sin ninguna dependencia ansiosa sobre el futuro; no para divertirnos ya sea con esperanzas o temores, sino para descansar satisfechos con lo que tenemos, que es perfectamente suficiente. Las grandes bendiciones de la humanidad están dentro de nosotros, y a nuestro alcance, pero cerramos los ojos, y, como la gente en la oscuridad, que entra en conflicto con lo mismo que busca, no las encontramos. La tranquilidad es una cierta igualdad de la mente que no siempre la fortuna puede exaltar o deprimir. Nada puede ser menos, ya que es el estado de perfección humana: nos eleva tan alto como podamos ir, y hace de cada uno su propio defensor, mientras que el que es sostenido por cualquier otra cosa puede caer. El que juzga correctamente, y persevera en ello, goza de una calma perpetua; toma una perspectiva real de las cosas, observa un orden y medida en todas sus acciones; tiene una benevolencia en su naturaleza; cuadra su vida de acuerdo a la razón, y llama a sí mismo el amor y la admiración. Sin un juicio cierto e inmutable, todo el resto no es más que fluctuación. La libertad y la serenidad de la mente debe necesariamente producirse en el dominio de esas cosas, que pueden por igual atraernos o espantarnos, cuando, en lugar de estos placeres llamativos (que incluso en los mejores casos son a la vez inútiles y perjudiciales), nos encontramos a nosotros mismos en posesión de una alegría excelente y segura, una paz permanente y el reposo del alma. Debe existir una mente sana para hacer feliz a un hombre; debe haber una constancia en todas las condiciones, una atención a las cosas de este mundo, pero sin problemas, y con tal indiferencia hacia las bondades de la fortuna, que tanto con ellas como sin ellas podamos vivir contentos. No debe haber ni llanto, ni peleas, ni pereza, ni el miedo, porque ello hace una discordia en la vida de un hombre. El que teme sirve. La alegría de un hombre sabio se mantiene firme sin interrupción, en todos los lugares, en todo momento, y en todas las condiciones, sus pensamientos son alegres y tranquilos. A la servidumbre de lo peligroso y desgraciado cae quien sufre de placeres y dolores (dos comandantes infieles y crueles) que lo poseen exitosamente! Yo no hablo de este bien como un obstáculo para el disfrute equitativo de los placeres legítimos, o para los halagos suaves de las expectativas razonables. Por el contrario, tendría a que los hombres estuvieran constantemente de buen humor, siempre que éste surja de sus propias almas, y sea apreciado en su propio seno. Otras delicias son triviales, ya que pueden suavizar la frente, pero no llenar y afectar al corazón. La verdadera alegría es un movimiento sereno y sobrio, y son miserables aquellos que toman la risa por alegría y regocijo. La sede de la misma está dentro, y no hay mayor alegría como la resolución de un espíritu valiente, que tiene la fortuna bajo sus pies. El que puede ver la muerte a la cara, y la recibe bienvenida, abre la puerta a la pobreza, y pone freno a su apetito, este es el hombre cuya Providencia se ha establecido en la posesión de inviolables delicias. Los placeres del vulgo son infundados, delgados y superficiales, pero los demás son sólidos y eternos. Como el propio cuerpo, que es más bien una cosa necesaria que un grandeza, por lo que sus comodidades son sólo temporales y vanas, y que una conciencia tranquila, pensamientos honestos, las acciones virtuosas, y una indiferencia para eventos ocasionales, son bendiciones sin fin, saciedad, o medida.

Séneca

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